Detesto aquellos poetas cisnes,
que sientan cátedra con aseveraciones
de benignidad maligna;
detesto los calificativos misericordes
que admitimos como fiestas de guardar
sin discutir su solemnidad;
detesto que me salven la vida,
cuando el agua me resbala;
detesto los que miran
por encima de los hombros
desde el triste asfalto;
detesto la prepotencia
de los endiosados y la poesía
de chascarrillo absurdo.
El silencio, en estos casos,
es una gran virtud.
Detesto, detesto, detesto
tantas cosas, o más que tú;
pero siempre son menos
que las que amo.
Duna