Al final de mi espalda,
la duna adquiere relieves,
donde tu paseas como fiera indómita,
A veinte centímetros de mi ombligo,
donde hay luces y sombras,
la razón se vuelve desvarío,
y los ramos de hidras de tus dedos
crecen prolijos.
A poca distancia de mi garganta
en dos suaves montículos,
tus labios saborean
de mis brotes el rocío.
Allí donde mi vientre espera cálido,
que siembres tu simiente,
dos columnas se abren,
para que labres y riegues.
Allí donde las caricias se multiplican
en ramas y gemidos;
cuando los besos no se cuentan
y las cuentas se han perdido....
Allí,
beso a beso,
caricia a caricia,
gemido a gemido,
nos hemos pertenecido.
Duna
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