Tomé la decisión de no hablar a solas conmigo misma.
Lo haría, siempre, con testigos que frenaran los desbarres de mi espíritu; ante los que debiera cortar mis pensamientos, y censurar mis palabras. Había adquirido la dolorosa costumbre de ajustarme las cuentas varias veces al día, y al pasar por caja, el saldo eran pelusas en los bolsillos.
Muchas personas se alejaron, y volvieron en los últimos latidos. Tanta gratitud, y desprecio, terminaron por clausurar el corazón.
Se volvió apetecible la tierra,y la sangre.
Las espinas fueron adicción.
Las rosas siguieron floreciendo, ¿por qué no?
Un gorrión extranjero, vestido de pingüino, seguía picando e implorando un ruego, o una disculpa.
Resulta exquisita la mutilación de los pétalos, cuando lo que permanece es el levísimo olor de la añeja presencia.
Duna
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VOY POR LA VIDA SIN PENSAR EN MI
Hace 6 horas