Soledad, qué gran fiereza expresan
tus fauces ante mis días.
Soledad, qué gran desgracia
que pongas destino sin tino.
Haces temblar el mundo de mi "yo".
Ese mundo interno,
que se bambolea sin quererlo
haciendo que todo parezcan quimeras
¡hasta el miedo a perderlo!.
Me calas los huesos y los sentidos
húmedos de tiempo,
rezumando gotas de vidas pasadas
que no han florecido.
Cuanto mas miro tu cara, mas me congelo,
mas se me quiebra el pulso
y el pensamiento.
Aras, labras , y hasta socavas,
esta humana calavera
-que Dios me dió-
-que Dios me dió-
que abonará
la tierra que me parió.
Mi columna no soporta el peso
que al sentirte, deposito en mi almohada
y te echo, te despido, te digo adiós
pero te quedas,
permaneces,
dañas;
y nada, nada te aleja.
Soledad:
¡Qué bello nombre tienes
pero que vana esencia!.
Duna
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