Hola. Buenas tardes.
-Si no te importa, me siento,
tomamos un café, y charlamos.
Quiero contarte cuanto le extraño,
pero no con esas palabras tan usadas,
de rodillas gastadas;
sino con sensaciones. Esas
que me traspasan, pese a no verte.
La noche sabe de tu existencia, y mi añoranza,
de tus desvelos, y tus anhelos,
como lo sabe la tapia de rosas,
y la luna suburbana
que mendiga por los adoquines
un sorbo de amor ciego.
-¡Ey, no te distraigas; te sigo contando.!
Los pies caminan en la flaca vereda
de la soledad impuesta,
y nosotros, no queremos mover un dedo
para arrancar, ni regar el bulbo de la primavera.
-¿Qué dijiste que querías?, ¿te o café?. Sigo.
Es demasiado improbable que se dé
algo tan especial como lo nuestro,
y eso, los dos lo sabemos;
que somos estúpidos al dejar que muera,
también lo sabemos.
Al menos, solo al menos,
dejemos la ventana epistolar abierta
aunque cierres a nuestro amor la puerta,
y así, de alguna manera, seguiremos existiendo,
No puede morir lo que tanta vida encierra.
Perdón, caballero, me distraje. Le derramé el café
en cierto lugar comprometido del pantalón.
No suelo ser patosa, más si espontánea y distraída.
-¿Quedamos para tomar café otro día?
-No, el de su pantalón, aun no;
el de la cafetería.
Duna
*