La llama que acaricia las entrañas,
de ese túnel suave ébano y lucero,
tornando deseado el aguacero,
destierra las caricias ermitañas;
esa llama devora las entrañas
cuando tú ejerces como mi aguadero
haciéndome tu dulce abrevadero,
me colocas prendida en tus pestañas.
Vértigo a la caída omnipotente,
anhelo de ascensión hacia el ocaso,
de dos entrañas en pulsión latente,
toman desde mi cuerpo hasta mi mente,
tus abrazos alados de Pegaso,
amoldando mi entrante a tu saliente.
Duna
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