Quererte y odiarte,
ambos a un tiempo,
es tan agotador,
como observar mil atardeceres
sin pestañear.
Solo se puede
cuando los ojos se han vuelto de cristal
y el corazón se ha inmunizado,
contra los naufragios
a base de hundirse,
una y otra vez,
en tu esencia;
y con un pie en el temor
otro en el amor,
y las manos buscando
ese rastro húmedo de ti
sigo, y sigo
a duras penas…
Duna